La disputa entre los conservadores y los progresistas puede ser retratada como dos hijos mimados haciendo berrinche a su papá, el Estado. El que logra fastidiarlo primero, hostigarlo más, es el que obtiene su capricho. Sin embargo, mientras el enfrentamiento político entre derecha e izquierda –conservadores y progresistas— se centre en quién obtiene el favor político para imponer su forma de ver el mundo, seguiremos condenados a regímenes populistas que abusan del poder y amenazan nuestras libertades.
El debate actual se ha concentrado principalmente en lo que los conservadores denominan “marxismo cultural”. En breve, este concepto se refiere al discurso de ‘los progres’ –como ellos les llaman— que denota la opresión de grupos minoritarios o vulnerables por un grupo opresor.
Desde el racismo por etnias, la discriminación a los LGBTI, el machismo y desigualdad de géneros, el hetero patriarcado, etc. son motivo para que los movimientos progresistas aboguen y exijan acciones gubernamentales –legislación y políticas públicas—para que los protejan.
No obstante, los conservadores caen en el mismo discurso y forma de proceder cuando exhortan a los gobiernos velar por las tradiciones y hacer lo necesario para evitar que ‘los progres’, por quienes se sienten oprimidos, no desestabilicen el orden actual. Cada vez observamos más movimientos defendiendo la familia tradicional, el matrimonio heterosexual y la penalización del aborto con opiniones agresivas en contra de ‘los progres’ y sin argumentos sólidos.
A pesar de lo último, podríamos decir que ambos bandos tienen razones decentes para luchar. Uno no quiere que le impongan creencias ni a ellos ni a sus hijos, mientras los otros quieren poder vivir en libertad, decidir por ellos mismos sin sentirse menospreciados por los demás.
Lo que para mí está mal es lo que los dos frentes tienen en común, el enfoque de su lucha. Si hilamos un poco más fino y vemos el trasfondo de su continua batalla, básicamente ambos grupos están compitiendo por quién llama más la atención de los políticos y logra convencerlos de que estos los obedezcan.
En lo que a mí respecta el deseo de ambos grupos no tiene por qué ser excluyente entre sí, siempre que identifiquemos el acercamiento idóneo para permitir que las diferencias, las perspectivas opuestas coexistan.
Por ejemplo, en varios países alrededor del mundo, hay debates sobre la malla curricular educativa. ¿Se debe dar filosofía, religión, ética, cívica, matemáticas, inglés, kichwa y demás?
Definir las clases “que se deberían dar” es moralmente inadecuado, puesto que las materias escolares y las formas de enseñar –así como las formas de aprender—son tan diversas como la cantidad de individuos que existen. Por lo tanto, este tipo de debates no son fructíferos, especialmente en el contexto público.
Todos deberíamos tener la oportunidad de fundar o pertenecer a la institución educativa o comercial que fomente los principios y valores que mejor nos parezcan, y que compitan libremente entre ellas –también deberían competir los principios y valores. En otras palabras, el debate de qué materias deberían darse o cómo debería ser la educación no debería estar monopolizado o centralizado por el Estado.
En definitiva, los movimientos actuales quieren fundar instituciones diferentes a las existentes y se encuentran limitados por las leyes de su país. Es claro, entonces, que no deberían estar luchando por conseguir el favor de los políticos, deberían estar luchando por que éstos abandonen su monopolio y centralización sobre el sistema.
Mientras no concentren sus fuerzas en obtener más libertad, la lucha entre grupos humanos no terminará. Esto es tremendamente peligroso, porque genera resentimiento en el grupo perdedor, resentimiento que sabemos que es caldo de cultivo para los caudillos totalitarios.No esperemos a que esta situación llegue al límite de crear a un gran dictador que se asuma esa atribución que le estamos dando para saciar su sed de venganza alimentada por años y años de conflicto social. No es necesario, no es saludable.
No luchemos por ver quién logra imponerse a quién. Luchemos para lograr cada vez más libertad y aprendamos a vivir en la diversidad. Ya lo hemos hecho antes, podemos seguir haciéndolo. Es la colaboración entre nosotros y la competencia entre sistemas, modelos, principios, valores lo que ha nos ha permitido ir avanzando como individuos, como especie, cada vez logrando mejores resultados.
En conclusión, no creo que debamos luchar entre nosotros por ver quién obtiene el favor de los políticos, juntémonos para conseguir mayor libertad y poder escoger el camino que mejor nos convenga, el que creamos que nos permitirá tener cada vez un mejor mundo, en el cual todos juntos podamos cohabitar y seguir adelante en la búsqueda de nuestra felicidad.