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Andrés Lozano

Correa y su intento por sobrevivir


Cuando Gabriela Rivadeneira y otros rostros reconocidos del autodenominado movimiento Revolución Ciudadana (la versión correista y más verde de AP) anunciaron que habían tenido un éxito rotundo en el pasado Referéndum y Consulta popular del 4 de febrero, las redes sociales no tardaron en llenarse de burlas y nuestros analistas políticos “profesionales” hicieron gala nuevamente de su miopía al vaticinar la muerte política del expresidente. Un repaso rápido por los datos oficiales de las preguntas 2, 3 y 6, en las cuales Correa enfocó su campaña, lanzan una diferencia promedio de 30 puntos a favor de la opción del “SÍ”, pero si analizamos el contexto de estos números y de la propia campaña electoral nos daremos cuenta de que representaron un inequívoco respaldo a Rafael Correa.

La batalla electoral de principios de mes representaba para Correa y sus correligionarios un reto imposible de ganar y ellos estaban conscientes de esto. Su misión, de esta forma, jamás fue lograr una arrolladora victoria como estaban acostumbrados en comicios pasados si no, su estrategia estaba preparada para afrontar una de las facetas más difíciles, pero necesarias de la vida de un político: asumir la derrota sin perder su base política. Sin dinero, sin un partido que los cobije, con una cancha inclinada en su contra y sin el aparato burocrática del Estado a su disposición, Correa vivió en carne propia las penurias que le hizo pasar a todos los candidatos opositores durante los diez años de su gobierno.

Sin embargo, cuando la lluvia de huevos, los escándalos de corrupción y los escapes en helicóptero de muchedumbres enardecidas, parecían augurar el desastre, el milagro ocurrió. Correa fue salvado por su nada despreciable porción de voto duro, esos millones de seguidores, que se habían camuflado desde su partida a Bélgica, salieron a las urnas igual de entusiastas que en 2007 a defender lo que quedaba de su proyecto político. Los resultados que comenzaban a oficializarse esa misma noche confirmaban la primera derrota electoral de Correa, pero él y su cúpula política respiraban con alivio, habían sido derrotados, pero aún estaban vivos.

Perder una elección siempre es difícil, pero, aun así, la mayor derrota de Correa seguía siendo mejor que la mayor de las victorias de la oposición. En promedio las preguntas 2,3 y 6 alcanzaron un número cercano a los 3.5 millones de votos o el 35% de los sufragios válidos, un resultado mucho más favorable que cualquiera obtenido por Lasso, Noboa, Gutiérrez u otro candidato opositor. De hecho, esta cantidad es superior por casi 1 millón a los 2.6 millones de votos que le permitieron a Guillermo Lasso meterse en segunda vuelta electoral en 2017. Obvio resulta que la totalidad de estos votos no representan un apoyo directo a Rafael Correa, pero es innegable que al menos su “voto duro” sí representa de un 25% a 30% del electorado. Esto lo convertiría, al día de hoy, en caso de haber elecciones y no estar inhabilitado, en el candidato con más posibilidades de ganar una contienda presencial y ni se diga obtener la alcaldía de Quito o Guayaquil.

La campaña de los comicios pasados no solo le permitió reafirmar su base política sino también librarse de voces críticas dentro de su propio movimiento. Correa siempre fue el amo y señor de Alianza País, pero hasta en los reinos más autocráticos siempre hay voces disidentes y otros cuantos que están listos para cambiar de bando cuando puedan beneficiarse aún más. De esta forma Alianza País sufrió su propio proceso de purga, que dio como resultado la división en dos del movimiento: el ala morenista que se quedó con la personería jurídica de AP y el ala correista que parece haberse llevado el electorado y la esencia. De una forma inesperada Correa tuvo la oportunidad de quedarse solo con los fieles a su causa ya que los que no se fueron con Moreno o están encarcelados, como su paladín Jorge Glas, demostraron que son capaces de seguir a su líder aún en los momentos donde tuvieron que cambiar Carondelet por un ático en Bélgica.

El futuro político en Ecuador, a pesar de la imposibilidad de candidatearse para la presidencia, parece que va seguir marcada por el predominio autoritario de Correa. No nos sorprendamos que el futuro movimiento Revolución Ciudadana sea una fuerza con gran representación en el poder legislativo y sus candidatos ocupen las dignidades de los gobiernos locales. Incluso no resulta descabellado pensar en la incursión de Correa en las elecciones seccionales para poder ocupar un cargo público mientras idea una maniobra jurídica y/o política que le permita volver a ocupar la presidencia de la República.

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